Por el Lic. Federico Massone, del Centro Familiar Eirene
Vivir con un propósito nos fortalece frente al sufrimiento.
Enfrentar el sufrimiento es inherente a la existencia humana. El verdadero problema no es el sufrimiento. El padecimiento más fuerte es la desesperanza.
Viktor Frankl explica la relación entre el sufrimiento y la desesperanza mediante la siguiente ecuación:
D = S – P
Desesperanza = Sufrimiento – Propósito
Lo que causa la desesperanza es sentir que el sufrimiento no tiene propósito. Y ese es el padecimiento más grande que podemos enfrentar.
Cuando uno sufre, si no se puede ver un propósito o significado para ese sufrimiento, entonces aparece la desesperanza. Con lo cual, el padecimiento se multiplica exponencialmente. El padecimiento se reduce en el contexto de un propósito o proyecto de vida. La esperanza es un plus de fuerza para las situaciones difíciles.
En su libro “El Hombre en busca del Sentido”, Frankl expresa magistralmente de qué manera un hombre puede tomar fuerzas espirituales para sobrellevar los horrores del campo de concentración. Esas fuerzas espirituales provienen, a su modo de ver, de la captación del sentido.
A veces el sentido del sufrimiento no se llega a captar, pero igualmente, la actitud existencial más favorable, es confiar en que existe, aunque no se lo pueda percibir.
La Biblia nos aporta varios ejemplos de sufrimiento. Quizás uno de los que mejor ilustra el punto que queremos explicar sea el de Job.
Job se encuentra en la tremenda situación de enfrentar un enorme sufrimiento para el que no encuentra explicación. Los antiguos paradigmas teológicos no alcanzan a darle una respuesta satisfactoria. Job sabe que su sufrimiento no puede deberse a un pecado oculto. Sus amigos, entre tanto, permanecen firmes en sus convicciones religiosas tradicionales que los determinan a responsabilizar al propio Job de las calamidades que sufre. Así es que lo interpelan y lo impulsan a buscar dentro de sí mismo ese pecado causante de sus desgracias.
Y aquí aparece la arquetípica tendencia a preguntar “por qué a mí?”
En los últimos capítulos del libro, Dios deja en claro que, en la base de esa pregunta, subyace una ilegítima jactancia. El hombre se cree con derecho a contender con Dios y, quien vive de la gracia, no tiene ese derecho.
Entonces Dios le hace ver a Job lo ridículo de esta jactancia y Job se convence. Podemos leer en el capítulo 40 lo siguiente:
1 Además respondió Jehová a Job, y dijo:
2 ¿Es sabiduría contender con el Omnipotente?
El que disputa con Dios, responda a esto.
3 Entonces respondió Job a Jehová, y dijo:
4 He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé?
Mi mano pongo sobre mi boca.
Y esto parece ser lo más lejos que el Antiguo Testamento puede llegar en relación al tema del sufrimiento. El libro de Job llega a desligar el sufrimiento humano del principio de retribución del Deuteronomio y lleva al creyente a aceptar humildemente la soberanía de su creador. El creyente empieza a pensar en términos de gracia. Sin duda esto ya entraña beneficios psicológicos en tanto que implica una aceptación radical de la realidad que toca vivir por dolorosa que sea. La aceptación evita que el creyente le agregue una cuota de resentimiento al dolor que ya tiene.
Pero el Nuevo Testamento va muchísimo más allá. Porque además de aceptar invita a confiar. El ejemplo de Jesús invita al sufriente a abandonarse en la confianza del amor de Dios. Jesús así lo hace. Eso se pone de manifiesto claramente cuando uno pone juntas las siguientes frases:
“Por qué me has desamparado?” Mateo 27:46
“En tus manos encomiendo mi Espíritu” Lucas 23:46
Tomemos el ejemplo de Jesús en la cruz :
Esa fe confiada que va más allá de toda razón o evidencia, implica la verdadera superación del sufrimiento. Jesús no entiende qué sucede. Pero se confía. Se apoya en el amor, poder y justicia del Padre. Aquí vemos que la respuesta del Nuevo Testamento ante el sufrimiento no es conceptual sino existencial. La Biblia no pretende aliviar el sufrimiento con un concepto abstracto sino que responde presentando al sufriente Jesús que comprende y acompaña al que sufre. Y que se muestra confiado aunque no entienda. De modo que, aunque el sentido no aparece explícitamente manifestado, sí aparece asegurado para la fe. Porque el creyente puede confiarse como su maestro se confió y triunfar contra toda esperanza así como su maestro triunfó.
Sentirse comprendido y acompañado por Dios es infinitamente más importante que comprender conceptualmente un concepto abstracto sobre el dolor.
La falta de sentido genera neurosis.
Genera abulia, angustia, frustración y puede traer incluso síntomas físicos desde cefaleas tensionales hasta desequilibrios metabólicos.
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