«La pornografia: escape hacia la libertad»

EL DILEMA

 La Iglesia hoy enfrenta una tarea abrumadora en la formación de las personas frente al conflicto que existe entre el libertinaje de nuestros tiempos y el mandato del Señor de mantenernos santos y puros.  El mundo ha cambiado, y lamentablemente la iglesia ha marchado a la zaga del mundo, siguiéndolo a una distancia respetable. Hay una creciente aceptación por parte de muchos creyentes de los puntos de vista y de las pautas morales que el mundo tiene sobre la sexualidad, y hoy el mundo influye en la iglesia más de lo que la iglesia influye en el mundo.  La pornografía es uno de esos temas que poco se habla pero uno de los pecados secretos bien guardados en el placard. 

LOS PELIGROS DE LA PORNOGRAFÍA

Los doctores Jerry y Lynn Jones, consejeros cristianos, definen la pornografía como “el sexo mostrado o usado en cualquier manera que distorsione la intención de Dios para la sexualidad.  Alienta al egoísmo, se basa en la lujuria y no en el amor, y los usa a los demás, sean personas reales o imaginarias”. (1)  He aquí los efectos nefastos de la pornografía:

Es degradante para las mujeres. La pornografía es responsable de divulgar la mentira de que las mujeres están disponibles instantáneamente para satisfacer las exigencias sexuales de los hombres. En la mayoría de los casos, presenta a las mujeres como objetos sin inteligencia que sólo existen para cumplir los caprichos sexuales de todos los hombres.

Es perjudicial para los matrimonios. Ya sea el hombre soltero o casado, está en peligro de transmitir la infección de la pornografía a su matrimonio actual o futuro. Contrario a lo que algunos quisieran que creyéramos, el material sexualmente explícito no mejora las relaciones sexuales entre los esposos.  Crea exigencias no realistas y las relaciones sexuales se vuelven vacías para él y degradantes para su esposa.  Se comprende que para muchas esposas es muy difícil sobrevivir a las consecuencias de la pornografía. Una esposa que atrapó a su esposo mirando pornografía en el Internet lo comparó con una bomba que explotó en su corazón y su matrimonio. Otra esposa se sintió herida, usada y degradada después de ceder a las exigencias de su esposo de mirar y revivir un video pornográfico. Su lucha para perdonarlo y creer en él es un proceso enorme, largo y difícil. (2)

Es destructiva para quienes la usan.  La pornografía rebaja la relación sexual, sacándola del contexto matrimonial y despojándola de toda conexión emocional, corrompiendo las mentes de quienes la ven. Las imágenes emocional y sexualmente excitantes producen impresiones que quedan grabadas en uno durante años.  Enseña a los hombres a deshumanizar a las mujeres porque las ven como objetos sexuales. Cuando se mira la pornografía repetidamente, se pierde la capacidad de respetar a las mujeres. En vez de disfrutar su mente y corazón, se concentra en su cuerpo. Los hombres pueden interpretar mal la sonrisa inocente y amistosa de una mujer y pensar que es una sonrisa coqueta de una modelo de página central. En muchos casos, les resulta difícil e incómodo imaginarse involucrados con ellas en otra forma que no sea física.

 LA PERSPECTIVA BIBLICA     

La pornografía presenta un punto de vista distorsionado de la sexualidad bíblica.  Explota la codicia sexual, una de las principales debilidades humanas.  “Una persona que evita el acto externo del adulterio puede, entretanto, resbalar privadamente en una lujuria mental”. (3)    Dígame lo que ve, lo que lee, lo que piensa, y yo le diré quién es.  Si Ud. se está alimentando con la pornografía, está vinculando a Jesús con esa basura. Dios ama la verdad en lo íntimo, y no se da por satisfecho con una fachada limpia.  La pornografía degrada y abarata lo que hizo Dios y contribuye a la contaminación espiritual, incitando a todo lo demás que yace en forma potencial en nuestra naturaleza caída con el principio de pecado que opera en nosotros. 

Hace falta el poder de Cristo para romper el encantamiento del sexo malsano y restaurar lo que se ha perdido.  No pueden coexistir la espiritualidad y la pornografía, porque la pornografía se alimenta de la falta de respeto hacia el otro y se lo ve como un objeto, al mismo tiempo que enreda y esclaviza con su engaño.  La espiritualidad  trata a los demás con respeto.  La sexualidad es un don, un regalo que uno le da a su cónyuge, y sale del corazón de un siervo que busca hacer que el otro se sienta amado y valorado. 

 ESCAPE HACIA LA LIBERTAD

En las iglesias hay muchas personas que tropiezan en el área de la sexualidad mal empleada.  Si Ud. se encuentra enredado en las garras de la pornografía, preste atención:   Primero, tiene que decidir que lo que está haciendo está moralmente mal.  No es suficiente con sólo sentirse culpable.  Segundo, admita su responsabilidad, y no ponga excusas para justificarse. Hacemos nuestras elecciones, y tenemos que aceptar nuestra responsabilidad.  Tercero, ore como nunca antes, pidiendo fuerza,  sabiduría y dominio propio.  Cuarto, tome acción.  ¿En qué momentos está tentado a mirar la pornografía?  ¿Cuando está sólo? ¿A la noche?  Cambie su actividad, evite lo que le hace caer.  En quinto lugar, cambie su enfoque.  Ponga otra cosa en su lugar: escuche música de alabanza, haga otra cosa.  Siempre habrá un conflicto entre la carne y el espíritu.  Llene su vida con lo bueno, corte con lo secular.  Por último, ríndale cuenta a alguien.  Solo no puede salir.  Busque a una persona o a un grupo en la iglesia ante quien responsabilizarse por sus acciones.  El Señor conoce nuestra condición humana y nos tiene compasión y misericordia.  Si hay fracaso, pida perdón, levántese e intente de nuevo.  

Dios nos ha hecho para vivir en relación unos con otros y en relación con El.  El círculo vicioso tiene que romperse desde fuera, a través de  Jesucristo.  El hace posible ese escape de las garras de la pornografía.  La clave está en la relación:  la relación con el Señor Jesucristo, la relación sanadora con su iglesia, y la relación de amor puro y sagrado con el otro, sea el cónyuge, el novio, el amigo, el prójimo.   

 

Jane C. Pata

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