Adultos irresponsables, tragedia segura

por Lic. Jorge Galli

¿Cuál es el lugar de los padres en las tragedias de sus hijos?

«Instruye al niño en el camino correcto y aún en la vejez, no lo abandonará» Prov. 22:7

De niños solíamos entretenernos un rato con un juego que consistía en preguntar: «Al Gran Bonete se le ha perdido un firulete y dice que lo tiene…. ¡Juan!» «¿Yo señor?» – pregunta Juan – «¡Sí, señor!» responde el grupo. «¡No, señor!» negaba Juan. «¿Pues entonces quién lo tiene?», interrogaba el grupo. «¡Pedro!» Y así el juego seguía indefinidamente hasta que nos aburríamos y pasábamos a otro juego.

Parece que, ya de adultos, seguimos jugando al Gran Bonete, pasándonos las responsabilidades indefinidamente unos a otros, con la diferencia de que éste ya no es un juego y que lo que aquí está en riesgo es la vida de nuestros hijos.

Ha pasado más de un mes desde que 192 jóvenes se inmolaran en lo que se dio en llamar la «tragedia de Cromagnon», en el barrio de Once, Buenos Aires, la noche del 30 de diciembre, y en el mundo de los argentinos adultos seguimos pasándonos la misma pregunta y las mismas negaciones: ¿Yo, señor? ¡No, señor!

La mayor tragedia no natural en la Argentina fue tramada entre dos adultos: Thatcher y Galtieri cuando mandaron al fondo del mar a 323 jóvenes vidas, a bordo del Crucero General Belgrano. (Sin contar los conscriptos inmolados en Malvinas, que fueron 649). La segunda ocurrió en el barrio de Once. También provocada por la desidia de muchos adultos: padres, empresarios, funcionarios.

En el mundo de los adultos no hemos escuchado una sola autocrítica, un solo mea culpa, un solo gesto de arrepentimiento. Los funcionarios y los empresarios preguntan y niegan: «¿Yo, señor?» Los padres replican: «¿Yo, señor? ¡No, señor!». Y es sobre estos últimos donde queremos centrar esta reflexión, porque es desde los padres que debe surgir el primer atisbo de hacernos cargo de una buena parte del costo de esta tragedia y de la que a diario viven nuestros jóvenes.

La abdicación de los adultos

Por comodidad, por cobardía o por estar a la moda, los padres de las últimas dos generaciones hemos dejado de formar personas responsables, y los resultados están a la vista: el promedio de edad de los muertos en la tragedia es de 22 años, la menor de las víctimas tenía 10 meses, hubo veinte víctimas de entre 10 y 15 años. ¿Quiénes son los primeros responsables de esas víctimas? Una generación de padres irresponsables, que a su vez fueron formados por otra generación irresponsable.

Fue por la década del 60, ¿recuerdan?, cuando la teoría del Dr. Spock, especialista en psicología infantil, desembarcó en nuestros atribulados hogares de padres autoritarios. «Déjelo expresarse y hacer lo que quiera» «No sea una madre castradora». La psicología barata del permisivismo se instaló en los consultorios, en los medios, en las escuelas. Canilla libre para el deseo y berrinche de los pequeños. Y así crecieron, con padres que del autoritarismo total, pendularon hacia la indulgencia total. ¡Los niños al poder! pareció ser la consigna setentista en materia de educación de padres a hijos. En nuestro país, la versión vernácula de aquella teoría la aportó el mediático Dr. Arnaldo Rascovsky quien, entre otras cosas, enseñaba que los buenos padres son los que dicen «Lo que hay en casa es de todos, hacé lo que te guste».

El modelo educativo de libre desarrollo, o del laizzes faire, por el que los padres permiten a los hijos todo tipo de conductas pensando en que deben educarse en una especie de neutralismo en el que nadie debe influir, ha hecho estragos en dos generaciones de padres e hijos.

Hoy estamos de vuelta. El mismo Dr. Spock admite su error. Los resultados están a la vista: en la Argentina todos los días once jóvenes de entre 15 y 24 años pierden la vida en accidentes. ¿Qué puerta no le hemos cerrado los padres a nuestros hijos, antes que encontraran cerradas las de aquel trágico boliche?

La extinción de los jóvenes en manos de los adultos no se agota en las víctimas de una noche fatídica. En el mundo de los argentinos adultos, también nos ingeniamos para promover que el 54% de los jóvenes argentinos viva por debajo de la línea de pobreza, que el 45% no tenga cobertura social, que el 13% abandone el colegio, que el 35% no trabaje ni estudie, que el 12% sea portador de VIH, que el 76,2% consuma alcohol, que el 10% se drogue y que el 25% de los embarazos sean de madres adolescentes. Funcionarios, políticos, profesores, pastores, comerciantes, empresarios, padres… todos los que formamos parte de aquella generación, hoy ya adultos, tenemos que replantearnos que hay algo que no hicimos bien con nuestros jóvenes. Que nuestros abuelos no hicieron bien las cosas, puede ser… pero nosotros no somos Gardel.

En vez de educarlos para la madurez, los infantilizamos, no les exigimos demasiadas responsabilidades para no provocarles más cansancio, o más ataques de ira, o un trauma. El nivel del proyecto de vida ha bajado tanto, que la gran mayoría de nuestros jóvenes carece de certezas y utopías. Es cierto que en la Argentina no existe sólo una manera de ser joven. Están los que tienen a Charly García como dios y hacen un culto de la transgresión, como están los que se queman las sesos para aprobar un examen de ingreso a la Facultad; están los que salen a cartonear, como están los que se postulan para una beca en París. Son seis millones de jóvenes argentinos a los que no podemos poner en una misma bolsa, pero sí afirmar que, a la gran mayoría, los atraviesa el ser hijos de padres complacientes y desorientados.

Sumado al mal de una educación para el libertinaje, los padres argentinos agregamos otros males no menos graves:

a) El aumento de los divorcios. Una investigación seria como la de MacLanaham y Sanderfur, (1994), citada por Tear Fund, ha indicado que tanto el divorcio como la condición de padres/madres solteros sí tienen consecuencias negativas para los hijos a la par de la maternidad soltera y de la violencia doméstica

b) El creciente abandono de los hijos por un padre cada vez más ausente. Los padres que abandonan a la familia también se niegan a contribuir con los gastos financieros de sus hijos. Un estudio llevado a cabo en Chile reveló que el 42 % de los padres ausentes no hacía contribuciones después del sexto cumpleaños del hijo (Sach , 1994).

c) Y lo que es peor: La mítica «viveza criolla» de no hacernos cargo de nuestra cuota de responsabilidad. En la Argentina las desgracias siempre ocurren por culpa de los de afuera: oscuras conspiraciones internacionales, ingenuos compradores de bonos, tontos futbolistas brasileros que toman somníferos pensando que es agua….

Los padres reclaman al Estado por el futuro de sus hijos, pero diluir la responsabilidad parental en las instituciones es acusar al vacío. Hace años que el Estado nos soltó la mano y que las instituciones estallaron. Estado ausente, escuela ausente, iglesia ausente, club de barrio ausente, y sobre todo, familia ausente, forman el cóctel perfecto para justificar la perícopa de esta nota; adultos ausentes, tragedia asegurada.

Lo que pasó en Cromagnon no extraña en una sociedad enferma que jamás ha reconocido ni uno solo de sus errores, hayan sido estos por acción u omisión. Los nazis no surgieron en cualquier lugar; los 30.000 secuestrados, torturados y asesinados no ocurrieron en cualquier lugar; soldaditos de 18 y 19 años abandonados no murieron en cualquier lugar. Quiero decir que una sociedad enajenada que no se hace cargo de su enfermedad, no puede generar padres sanos que críen hijos sanos.

Mientras tanto, nuestros hijos, los hijos de un sistema que los dejó huérfanos de reglas, o donde la única regla es la de «si te gusta hacélo», siguen cayendo mansos y acríticos ante la seducción estupidizante del tamm-tamm de los boliches o de otros productos anestesiantes del momento.

No todos….

Por supuesto que estamos haciendo una generalización que no hace justicia a muchos adultos que no aplauden el gol a los ingleses hecho «con la mano de Dios» en el ’86. Afortunadamente hay científicos, artistas, comunicadores sociales, religiosos, maestras, voluntarios, y padres que todavía conforman una columna que trabaja a favor de la responsabilidad. Y como decíamos arriba, también hay muchos jóvenes que no transaron con la pavada consumista.

La generación de los derechos

Desde el mundo de los adultos hemos avanzado en el campo de los derechos del niño y del adolescente. Así lo atestiguan las Convenciones alcanzadas a nivel internacional. Celebramos ese avance, en buena hora. Pero hemos dejado de recordarles sus obligaciones. Por temor a ser tildados de represores o fundamentalistas, los padres dejamos de poner reglas a nuestros hijos. Los dueños del mercado aprovecharon el repliegue de los padres y ahora las reglas las ponen ellos.

Obvio, la solución no pasa por volver al autoritarismo patriarcal; creerse amo y señor de los hijos tampoco asegura hijos responsables. Pero permitir que el individualismo neoliberal globalizante se adueñe de sus mentes y de sus cuerpos es cuanto menos, un acto de irresponsabilidad parental. Si hay una labor que debemos recuperar los padres es educarlos para una libertad responsable. Porque de eso se trata, ayudar a nuestros hijos a valorar la libertad como una hermosa responsabilidad.

No educamos hijos para tenerlos indefinidamente bajo el control paterno porque la tarea paterna no es vitalicia, pero tampoco es sano el proceso de pérdida de protagonismo paterno.

No se trata de negar a nuestros hijos el derecho a la diversión, al uso del tiempo libre, a la recreación… pero antes hagamos la pregunta ¿Qué buscan los pibes, diversión o evasión?

Protestas y propuestas

La solución va más allá de encontrar a los responsables de esta tragedia.. El problema está mas allá del funcionario corrupto, del que cerró la puerta de emergencia o del que tiró la bengala. El problema es que nos hemos acostumbrado a una cultura de la irresponsabilidad. Mientras los responsables sólo sean los demás, menos nosotros, padre o madre, seguirá siendo válido pedir justicia, pero no dudemos de que la realidad también seguirá asestando sus dolorosos cachetazos. No es que la protesta carezca de sentido, pero no es suficiente si no va acompañada de una sincera autocrítica. La indignación de los padres es válida, pero no es suficiente si no se sigue de una conciencia que comparta las responsabilidades.

Si este holocausto no nos hace sumar propuestas a la protesta, ¿cuántos otros holocaustos serán necesarios? ¿Cuántos Catamarcas, Carmen de Patagones, Cromagnon más hacen falta para parar este descontrol?

¿Qué responsabilidades debemos recuperar los padres?

No hay respuestas fáciles ni finales, pero vale la pena ensayar algunas:

– Recuperar el NO. Los padres debemos saber que el NO es un gesto necesario para la constitución del psiquismo humano; su ausencia significa un serio déficit.

– Recuperar la responsabilidad como valor. Ante un estado de modorra moral donde todo da igual, equipemos a nuestros hijos con un sentido de responsabilidad que los ayude a autoprotegerse, a autocuidarse, a autopreservarse frente a la cultura de la autodestrucción.

– Recuperar la racionalidad. Junto a tanta «inteligencia emocional», no dejemos de usar el pensamiento crítico para que nuestros hijos dejen de comprar cualquier buzón.

– Recuperemos la contrición. Los adultos todos, deberíamos bajar la cabeza en un gesto de contrición comunitaria, arrepentimiento público, penitencia común. ¿No debería todo esto aplastar nuestras conciencias y hacernos confesar junto al profeta «El llanto me consume los ojos, siento una profunda agonía, estoy con el ánimo por el suelo porque mi pueblo ha sido destruido: niños e infantes desfallecen por las calles de la ciudad» ?(Lamentaciones 2:11).

– Y por último: cuando hayamos recuperado nuestra responsabilidad de padres, deberemos recuperar las instituciones, presionando al Estado, a las escuelas y a las iglesias para que, como garantes del bien común, ofrezcan servicios más confiables para nuestros jóvenes.

¿Servirá la inmolación de 192 vidas para que realmente se produzca un antes y un después? ¿O seguiremos alimentando la cultura de la transgresión y de la irresponsabilidad, para volver a rasgarnos las vestiduras después de la próxima tragedia?

En el libro de Deuteronomio, capítulo 12, encontramos dos imágenes que hablan de la responsabilidad de los padres hacia los hijos. La primera aparece en el vs.12: «(los padres) …se regocijarán en la presencia del Señor junto con sus hijos e hijas…». La segunda imagen, vs.31, tiene que ver con una costumbre de los pueblos canaanitas «¡hasta quemaban a sus hijos e hijas en el fuego, como sacrificios a sus dioses!»
En unos días, se cumplen dos meses de aquélla horrorosa noche de Once. Todos los padres hemos tenido el tiempo suficiente para pensar en qué nos ha modificado. ¿Seguiremos entregando a nuestros hijos al fuego de los dioses? ¿O recuperaremos el derecho y la responsabilidad de guiarlos hacia la celebración de la vida?

¿Qué puede hacer el AF para dar apoyo a los padres?

El énfasis fundamental está en alentar a los padres a la toma de responsabilidades frente a sus hijos, en fortalecer las relaciones entre padres e hijos y en el desarrollo de una comunidad de fe, humanitaria y bondadosa, que sirva de apoyo a las responsabilidades de los padres.

  • Organizar una escuela para padres del barrio o la ciudad.
  • Participar en las instituciones educativas, recreativas y culturales del barrio
  • Reeducar a una nueva generación de padres sobre el principio de «ser padres requiere hacer sacrificios».
  • Enseñar a los padres a poner límites para formar la voluntad, la responsabilidad y el compromiso.
  • Generar alternativas de recreación junto y para los jóvenes. Hoy por hoy, nos limitamos a lamentarnos sobre los boliches, a escandalizarnos por el alcohol y la droga, pero ¿qué otras opciones generamos los adultos?
  • Educar a los padres en no delegar en terceros, las responsabilidades que los padres deben ejercer primero. No basta con que vigile la policía; los padres deben estar informados acerca de qué hacen sus hijos en el «tiempo libre».
  • Aconsejar a padres e hijos en hacer un presupuesto juntos. Frente a una cultura de consumo, muchos padres e hijos gastan lo que no tienen.
  • Capacitar a los padres para tomar decisiones en base a información confiable buscada por los propios padres. Los padres que están mejor informados tendrán mayor confianza en tratar con sus hijos.
  • Organizar clubes de vacaciones y campamentos para padres e hijos, donde interactúen dos y tres generaciones.
  • Organizar eventos de apoyo al matrimonio para reforzar los vínculos, prevenir divorcios y crear un mejor ambiente para los hijos.
  • Crear espacios para la educación sexual de nuestros hijos, contraconcepción y SIDA/VIH. Que la educación sexual empiece por la familia, o un conjunto de familias que se agrupen para ese fin.
  • Capacitar a los padres para ser creativos en la puesta de límites, como crear distintas alternativas ante un límite o una prohibición. Por ejemplo: «no podés hacer aquello, pero te proponemos esto otro».
  • Clases para padres primerizos para aprender a cuidar hijos.
  • Respaldar y apoyar a los padres para que no se alejen de sus hogares y de su rol de padres.
  • Animar y promover en su iglesia la difusión de libros, videos y otros materiales de probada calidad, cuyo tema es la familia.
  • Un enfoque desde los valores cristianos en temas como:
    – El divorcio y su efecto sobre los hijos.
    – Violencia doméstica.
    – Parejas a prueba.

Todas estas acciones y proyectos preventivos, facilitados por un AF han de variar de acuerdo al contexto donde se implementen

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