En notas anteriores nos preguntábamos qué pasa con los chicos de hoy. Y planteábamos que los tiempos de hoy son generadores de violencia.
Ahora, hagamos un ejercicio de mirar puertas para adentro. ¿Qué pasa cuando en nuestros propios hogares agredimos a nuestros chicos? Aún sin intención, por acción u omisión, podemos estar lastimando a nuestros hijos.
En la Biblia, la Palabra de Dios, en un capítulo dedicado a las relaciones familiares y sociales (Efesios 6), está contemplada esta posibilidad: vers. 4 “Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor” . En la versión parafraseada: “Y en cuanto a ustedes, padres, no estén siempre regañando y castigando a sus hijos, con lo cual pueden provocar en ellos ira y resentimientos. Más bien críenlos en amorosa disciplina cristiana, mediante sugerencias y consejos piadosos”.
Hay muchas maneras en que podemos agredir a los chicos, con lo cual logramos respuestas de agresión, rebeldía, desobediencia, o bien de desaliento, depresión y desánimo. Algunas de ellas son:
- Maltrato físico, sexual, emocional, verbal, hacia ellos o entre los padres.
- Hacer intervenir al hijo en los problemas conyugales, como aliado, par o responsable.
- Preferencia manifiesta o implícita por alguno de los hijos, que daña al excluido, y también al “preferido”.
- Falta de respeto hacia el niño/adolescente: ridiculizar, burlar, ironizar, despreciar, criticar.
- Normas rígidas, inalcanzables, o que no contemplen las posibilidades de edad o personalidad del hijo.
- Castigos excesivos o injustos.
- Abandono físico o emocional o, por el contrario, sobreprotección y ahogo.
- Falta de disciplina y límites adecuados, que son expresión de amor cuando son bien administrados.
- Desalentar la independencia gradual y responsable, sobre todo en el adolescente.
- No estimular los progresos y esfuerzos.
- No permitir las expresiones de desacuerdo, las críticas o enojos, dentro de un marco razonable de respeto.
- Hacerle sentir responsabilidad o culpa de todo lo malo que sucede en el hogar.
- No proveer posibilidades de comunicación (tiempo, actitud de escucha, no censura, etc.).
- Amarlo condicionalmente, sólo por sus logros y adecuación a nuestras expectativas.
- Desvalorizar sus intereses, criticar a sus amigos.
- Ser indiferentes o críticos frente a sus miedos y angustias.
- Siendo incoherentes entre lo que decimos y hacemos.
- Desconocer o desalentare sus necesidades sociales y espirituales.
No es el objetivo de esta reflexión poner toda la carga de responsabilidad en los padres u otros adultos responsables. Pero sí que podamos entender que las expresiones agresivas de un niño o adolescente son un síntoma, con un significado a descubrir.
La violencia es una respuesta inadecuada a un estímulo. Entonces la pregunta sería: ¿qué están recibiendo nuestros niños y adolescentes?, ¿a qué están respondiendo? Esto no significa que no sean responsables por sus conductas. Pero a la par de enseñarles a hacerse cargo de sus acciones, quizás podríamos ayudar más eficientemente, preguntándonos si como adultos responsables estamos contribuyendo a generar una respuesta agresiva o violenta.
María Elena Mamarian de Partamian (Psicóloga, Coordinadora del Centro Familiar Eirene)
Edición y Producción general: Dto. de Comunicaciones Eirene.