Por Alberto Guerrero
“Tú, en cambio, te reunirás en paz con tus antepasados, y te enterrarán cuando ya seas muy anciano”. Gn. 15.15 (NVI)
Esta es la primera vez que aparece la palabra paz en la Biblia. Está en el contexto del pacto de Dios con Abraham en el que se aprecia como el Señor enfatiza con mucha claridad el futuro de la descendencia del patriarca, quien a su vez representa el comienzo de la historia de Israel.
Esta alianza se produce en el marco de una promesa de paz que se fundamenta en la perspectiva de vivirla con intensidad, y esa condición de paz no se perderá al interactuar con los suyos.
El relato de la vida del patriarca está signado por aciertos y desaciertos, como ocurre con cualquiera de nosotros. Pero aún con desaciertos, la promesa de paz se sostiene, es inalterable. Justamente porque es la promesa de paz la que no se agota en una experiencia puntual sino en una acción de la que participan quienes están a nuestro alrededor. En el texto se le afirma a Abraham te reunirás en paz con tus antepasados…
¿Quién puede ponerle límites a las promesas de paz del Señor? ¿Se circunscribe solamente a nuestra persona, a nuestra familia próxima, o se extiende más allá de nuestra vista o lazos cercanos?
No sabemos con precisión qué edad tenía Abraham cuando Dios hizo este pacto con él, pero cotejando algunos textos (Gn. 16.3, 15 y 25.7) podemos inferir que tenía unos 76 años cuando se radica en Canaán, unos 86 años cuando gesta a Ismael, luego a Isaac, y unos 175 años cuando fallece.
Es muy interesante pensar que más o menos a la mitad de su vida Dios le dejó la promesa de paz cuando aún Abraham tenía media vida por delante, con muchas oportunidades de equivocarse, como por ejemplo, cuando mintió diciendo que Sara era su hermana.
La promesa de paz es extensiva al otro/a, pero al igual que el patriarca, la paz empieza en mi y se irradia, se extiende hacia los demás…
Dios garantiza nuestra paz, y su promesa es de paz perdurable…Va más allá de nosotros, incluso hasta el encontrarnos con quienes nos han precedido en la paz del Señor.
Lo que es la paz en nosotros, ilumina las relaciones…
Lo que seamos capaces de construir en nuestros matrimonios y familias, y aún más allá, tiene visos eternos, nos trascienden hasta la presencia de Dios…
Muy dichosos los pacificadores…