Por Alberto Guerrero
En paz me acuesto y me duermo, porque solo tú, Señor,
me haces vivir confiado.
Salmo 4.8
En el diálogo anterior comenzamos por aquella primigenia experiencia de Abraham, con una promesa de paz que se extendía a la futura descendencia…
El salmista pone una indicación antes del mismo texto, para sea incluido en el directorio de la adoración cúltica, y además se acompañe la lectura con arpas y liras, mostrando de esta manera la trascendencia que le da al salmo.
Ahora bien, una pregunta existencial: ¿será posible llegar al momento del descanso en paz…? ¿Y dormir en quietud…? ¿Es posible en el marco de las actuales formas de vida cotidianas?
¿Tenemos que hacer un esfuerzo para conciliar el sueño después de las vivencias cotidianas?
Por otra parte, la interacción que observamos en la cotidianeidad por los resultados que vemos en la vida de las familias y que se desarrolla en sociedad, ¿podemos llegar a poner nuestra cabeza en la almohada en paz y dormirnos?
¿Cuál es el secreto que propone el salmista…?
El salmista sugiere comenzar por revisar nuestra fidelidad. ¿A qué o a quién?
¿Quién habla de fidelidad como un valor? -Casi ha desaparecido de nuestro vocabulario…
Se puede comenzar por revisar todo nuestro quehacer en la que la fidelidad se hace presente, por ejemplo nuestra pareja, nuestros hijos, los amigos, nuestro compromiso laboral, la comunidad espiritual a la que pertenecemos, etc. ¿Y qué de nuestra fidelidad a Dios? En síntesis, todo el quehacer cotidiano va demandando el ser fieles a las convicciones y valores adquiridos, heredados, apropiados desde el Evangelio, y que articulan en las relaciones, en las labores, y todo otro ámbito…
No es cuestión de disgustarnos… Es la oportunidad de revisar y discernir para amanecer con una nueva y sana disposición de superación. ¡La posibilidad de vivir un nuevo día…!
Entonces es saber poner nuestra cabeza en la almohada y “examinar nuestro corazón”. Es decir, ahí en lo más profundo de nuestro ser… En el silencio pero con nuestra mente activa, es cuando estamos íntimamente a solas discerniendo cómo se transitó el día con sus aciertos y desaciertos.
Dicho en otras palabras, es mirarnos hacia adentro en la intimidad del silencio. Es el momento en el que nuestro espíritu revisa nuestros actos para que la reflexión entonces nos ayude a vivir confiado de nuestros actos, nuestras respuestas y decisiones.
Y entonces… ¡Recién entonces…! Después de haberme encontrado con mi intimidad y la verdad, tendré un despertar con una nueva oportunidad que Dios me da para solucionar mis desaciertos y disfrutar con gozo los aciertos.
De esta manera, cada día debo elaborarlo desde la paz del descanso…