por María Elena Mamarian
“Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hechos 20.35, NVI)
En estos días estuvimos con trabajos de remodelación en nuestra casa. A la incomodidad, la suciedad y el desorden, le siguieron un tiempo de trabajo arduo para limpiar y acomodar todo en su lugar. Valió la pena el esfuerzo. Nos renovamos y ahora disfrutamos del nuevo color de pintura en el dormitorio, placares ordenados, nuevos cuadros y adornos.
Una de las cosas que sucede cuando hacemos estos trabajos en casa es que encontramos cosas que ni recordábamos tener. Las carpetitas que regaló la tía, las tarjetas que recibimos cuando nacieron nuestros hijos –¡alrededor de 30 años atrás!-, las fotos de acontecimientos gratos, tantos recuerdos acumulados y celosamente guardados…
En medio de todos esos “descubrimientos” encontré las palabras que hace muchos años –quizás unos 30 años- pronuncié en una despedida de solteros.
Releí las páginas con mucha curiosidad. Me causó cierta grata impresión los conceptos que compartí en ese entonces, porque entonces yo era muy joven. Entre otras cosas, rescaté: “el dar es el principio de la abundancia”.
Dar… ¿qué es “dar” para un cristiano?
A veces vivimos confundidos y pensamos que todo lo que somos y tenemos es nuestro y nos pertenece, ya sea porque lo hemos heredado de nuestra familia o lo hemos ganado con nuestro trabajo. Y desde esta posición decidimos qué dar, a quién dar, cuándo, bajo qué circunstancias, etc.
Nadie puede dar lo que primero no ha recibido. Como hijos de Dios hemos recibido nada más ni nada menos que el amor de Dios, y con él, todas las cosas que necesitamos, y más. Todo lo que somos y todo lo que tenemos pertenece a nuestro Dios. “En verdad, tú eres el dueño de todo, y lo que te hemos dado, de ti lo hemos recibido” (1 Crónicas 29:14).
Entonces, el dar de un cristiano debe ser la expresión de un corazón agradecido y generoso, que no teme empobrecerse sino que, por el contrario, se enriquece en el mismo acto del dar.
Una clave en el dar es la que expresa el apóstol Pablo en 2ª Corintios 8:4-6 (en el contexto de las ofrendas que hicieron las iglesias de Macedonia, en un tiempo de mucha necesidad y dificultad para ellas): “A sí mismos se dieron primeramente al Señor” (v.5).
A menos que hayamos entregado primero nuestras propias vidas a Dios, reconociendo su señorío y soberanía, nuestras ofrendas y servicios tendrán fundamentos equivocados. Nos alegran los regalos o atenciones que nos hacen nuestros hijos y nietos. Sin embargo, lo que más apreciamos es su cariño y su entrega personal. Los regalos son sólo una consecuencia. Del mismo modo, nuestro Padre nos quiere primeramente a nosotros, antes que las dádivas que decidamos entregar.
Cuando respetamos este orden, realmente somos más felices cuando damos que cuando recibimos. Este principio contradice abiertamente las pautas con que se maneja nuestro mundo -que valoriza el acumular, el disponer a gusto de las posesiones, y el placer fugaz de gastar en los propios deleites-.
Los cristianos hemos sido llamados a ponernos en sintonía con Dios y no con el sistema mundo que se nos “pega” todo el tiempo. Tarea algo difícil, pero no imposible.
Como familia de Eirene, estamos programando el Congreso de Familia, para el mes de setiembre, celebrando los 15 años de servicio en la Argentina. Ya comenzó el proceso de juntar voluntades y corazones dispuestos para la tarea. Cada amigo y amiga de Eirene puede sumarse. Deseamos poder hacerlo desde la perspectiva de haber sido enriquecidos con el amor de Dios y que primeramente nuestras propias vidas sean una vez más rendidas como una ofrenda de agradecimiento a Él.
Así seremos felices, experimentando que “hay más dicha en dar que en recibir”.
Oración: «Padre, gracias porque nos has dado a Jesucristo y, con él, todas las cosas. Que podamos ofrendarte nuestra vida en primer lugar, experimentando la verdadera felicidad al dar. Amén».