“Y el padre les repartió la hacienda”…
Lc 15:11-32
Cuando nos enfrentamos a textos tan conocidos, debemos ver el desafío de reconocer en nuevas enseñanzas. Esta es la historia que en boca de Jesús, nos presenta una familia algo disfuncional diríamos. Hay un hijo menor que en contra de las costumbres de la cultura, generando una fuerte afrenta a su padre, se va del hogar, pide parte de su herencia y abandona su casa. En la costumbre judía es una petición indecente.
Mucho hemos escuchado sobre la actitud del padre al regreso del hijo, en el momento del reencuentro. Pero, ¿qué hay de antes?: en el momento duro, cuando el hijo menor demanda parte de su herencia y decide marcharse; en la circunstancia de dolor que podemos suponer para este padre significa la demanda de este hijo; en la tristeza de verlo marchar en semejantes condiciones.
En principio podemos definir que su actitud ha sido constante, no vemos una mutación en el carácter del padre. Podemos decir sin temor a equivocarnos, que aquel padre que recibe con amor…deja ir con el mismo amor. “Sin decir ni una palabra. En contraste con las palabras del joven está el silencio del padre. Es el silencio del amor, respetuoso de la libertad del hijo. Acepta el riesgo de esta libertad. Sin libertad no hay amor». El padre ha aceptado que no puede cambiar la opción del hijo. De algún modo ser padre implica aceptar el riesgo de la libertad en la vida de los hijos.
Nosotros sabemos el final de la historia. Sabemos que el hijo regresa y se hace fiesta. Pero en el relato cuando el padre concede la petición al hijo, no sabía como concluiría la vida de este hijo.Difícil desafío nos deja Jesús, aceptar que la familia y nuestras comunidades de fe se constituyan como espacio para la construcción de la libertad. Aún cuando las decisiones de los otros nos pongan en lugares incómodos, dolorosos o tristes. Que prevalezca el amor. Y sin libertad no hay amor.