por Jorge Galli
El tema del Día Internacional de la Familia, dedicado este año al impacto del VIH y el SIDA en el bienestar de las familias, dirige nuestra atención hacia uno de los problemas más acuciantes de nuestros tiempos. Se trata de un problema que afecta a las familias, las familias extensas, las comunidades y los gobiernos de todo el mundo.
Al entrecruzar estas dos variables (familia y SIDA), pueden surgir algunas importantes consideraciones para la práctica del Asesor Familiar
Que millones de familias en todo el mundo están sufriendo los efectos devastadores de esta pandemia, es una realidad que ya no necesita ser probada. Dice el Secretario General de las Naciones Unidas:
«Toda la familia sufre cuando alguno de sus miembros enferma o muere de SIDA, los costos sanitarios y la falta de trabajo por causa de la enfermedad corroen la economía familiar. Tales dificultades se agravan a medida que avanza la enfermedad, afectando a la capacidad de familia para acceder a los alimentos, la vivienda y otras necesidades básicas. El impacto del VIH/SIDA en las familias es especialmente devastador para los niños. En muchas ocasiones, las niñas dejan de asistir a la escuela para asumir la pesada carga de atender a la familia. Con la muerte de los padres, los hijos y las niñas se ven obligados a asumir las funciones del cabeza de familia. La ausencia de adultos que los cuiden y apoyen los hace muy vulnerables a la discriminación, al trabajo infantil y a otras formas de explotación y, a su vez, a la infección con el VIH.»
Frente a esta realidad, tan cercana a los que vivimos en aquellos continentes siempre postergados como Latinoamérica, África, ¿Qué puede hacer el Asesor Familiar?
1) En primer lugar, el Asesor Familiar hará todo lo posible por ayudar a las familias en la prevención, atención y apoyo, para que esta sea la primera en reducir la vulnerabilidad al contagio y la primera en hacer frente a los efectos de la enfermedad.
Generalmente, la familia constituye la única red de protección, en vista a la falta de políticas y programas alentados desde los gobiernos para contener esta epidemia.
Una contribución que el Asesor Familiar puede hacer dentro del corazón mismo de la familia, es la educación en el campo de la salud sexual, dejando en claro en cuanta oportunidad y espacio se le presente, que la más segura prevención contra el SIDA es la práctica de la relación sexual exclusivamente dentro del marco matrimonial. En una cultura secularizada, puede ser que el uso de preservativos sea un límite (siempre relativo) a la extensión de la enfermedad, es decir un mal menor. Pero los que conocemos a Dios, también conocemos un camino «mucho mejor»: la castidad y la fidelidad matrimonial.
2) En segundo lugar, los Asesores Familiares trabajarán dentro de sus propias comunidades eclesiales para lograr el compromiso de las iglesias en trabajar en pro de aliviar este problema social. En general, las iglesias no solo no son conscientes de la gravedad del problema, sino que tampoco lo son de su capacidad para realizar una significativa contribución en este campo.
Las personas afectadas por VIH/SIDA tienen necesidades no solo médicas y sociales, sino también espirituales y emocionales, que una comunidad terapéutica como debe ser la iglesia puede satisfacer.
Las iglesias pueden establecer servicios de apoyo y asesoramiento, como parte de un amplio programa que alcance a las personas infectadas y a sus familias. Y el Asesor Familiar, puede ser quien facilite este servicio.
La iglesia está llamada a ser una comunidad terapéutica en medio del dolor y del sufrimiento, sea cual sea su origen. Tenemos el ejemplo de personas como la San Francisco de Asís, la Madre Teresa, William Morris, que fueron movidos para actuar con compasión y amor frente al que sufre. Y el Asesor Familiar, está llamado a despertar a la iglesia en esa misión.
Quizá un paso práctico en este sentido, sería oportuno pedir un lugar en el culto de este domingo en nuestras iglesias, y hacer un llamado a la iglesia y una oración por este desafío que tenemos como cristianos por delante.
3) El Asesor Familiar también debe ser un promotor de la igualdad de todas las personas, y desactivar de una vez por todas el estigma que impide desvelar la condición de portador del VIH en la sociedad e incluso dentro de la familia.
Lamentablemente en las mismas iglesias, por ignorancia, por miedo al contagio, o simplemente por no saber como abordar esta problemática, encontramos actitudes discriminatorias hacia las personas y familias afectadas por el virus.
4) Por último, el Asesor Familiar debe trabajar el tema hacia si mismo. Es decir, necesita preguntarse: ¿Cuáles son mis actitudes hacia las personas afectadas? ¿Cuan capacitado estoy para asesorar en esta problemática puntual? ¿Qué se sobre el VIH/SIDA? ¿Dónde puedo lograr más información? Para introducirnos en este tema recomendamos dos obras:
1) Manual de Asesoramiento Pastoral a personas afectadas por el VIH/SIDA. Consejo Mundial de Iglesias, 1992.
2) Ser joven en los tiempos de SIDA. CLAI, Quito, 1998.
Trabajar como Asesor Familiar hacia estos cuatro frentes, es trabajar por una familia fuerte y unida, que es uno de los recursos más eficaces contra el VIH/SIDA. En este Día Internacional de la Familia debemos emplearnos en ayudar a que esta unidad tan valiosa desempeñe un buen papel en dicha misión.
«Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordiosos y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren» ( Corintios 1: 3-4)