por Silvia Chaves
Lucas 13.10-17
Intente caminar encorvada tres o cuatro pasos antes de continuar leyendo este artículo. ¿Cómo se siente? ¿Qué vio al caminar?
Este ejercicio nos ayuda a ponernos ‘en los zapatos’ de la mujer protagonista de esta situación. Las personas encorvadas no pueden mirar a los ojos a su prójimo, ni levantar la vista al cielo. Sólo pueden mirar hacia abajo. Hacía dieciocho años que ella sólo veía sus propias sandalias, el piso.
Hay otros protagonistas en este evento en la sinagoga.
Allí está el jefe de la sinagoga, que puede caminar derecho pero no ve a Jesús, que reacciona con enojo cuando libera a esta mujer pero no le dirige la mirada cuando habla a la multitud que participa en la reunión.
Jesús, en cambio, tiene una mirada compasiva y una actitud comprometida con la mujer y con el Dios a quien sirve: la ve, la llama y le habla. Ella no puede verlo; es Él quien la ve, quien la toca y la libera de las ataduras de Satanás.
¿Por qué esperar hasta mañana cuando el bien se puede hacer hoy? La compasión no tiene agenda. Jesús confronta con los religiosos, pone en evidencia su hipocresía y su manipulación de la ley.
¿Qué reacciones provoca Jesús entre la gente?
La mujer alaba a Dios.
Los adversarios, los religiosos, se avergüenzan.
El pueblo se regocija por las cosas gloriosas hechas por Él.
Jesús es capaz de mirar y ver la necesidad de una mujer, rescatarla de las manos del enemigo y sacudir la fe legalista de los religiosos. Esta historia la escribe Lucas mientras Jesús va camino a Jerusalén y no precisamente de vacaciones.