por Silvia Chaves
Lucas 23.50 -24.12
«Ustedes los cristianos creen en pesebres con bebés, madres vírgenes o cristos moribundos; una religión así no tiene fuerza, Silvia. Además, eso es cosa de mujeres » me planteó mi compañero Tato.
Tato no cree en el Dios de Jesucristo, pero su afirmación me hizo pensar.
Nuestra cultura latinoamericana es rica en pinturas de pesebres y en imágenes del Calvario de María, personas desprotegidas y sin poder. ¿Qué cambios se pueden esperar de un cristianismo así?
Cuando Jesús murió fue José de Arimatea quien le consiguió un sepulcro en el cementerio del lugar. Un grupo de mujeres lo acompañaron y vieron dónde colocaban el cuerpo. Volverían a traer las especias y hacer los ritos funerarios. Como bien me recordó Tato, en la época de Jesús el tratamiento de los muertos y sus cuidados era cosa de mujeres.
El primer día de la semana se prepararon muy temprano para ir al sepulcro. ¿Cómo iban a entrar en él? (Marcos 16.3) Había una piedra que tapaba el lugar, pero esto no fue problema: la piedra se veía quitada. El cuerpo del Señor no estaba. ¿Lo habían robado? ¿Vino José de Arimatea antes y lo llevó a otro lugar? Mientras se preguntaban todo esto la aparición de dos seres extraordinarios les dijo las palabras clave: ha resucitado. La muerte ha sido vencida, Jesucristo resucitó.
Cuando contaron esta historia a los once y los demás, enseguida ellos dijeron: Cosa de mujeres, es una tontería. ¿Se habrán equivocado de sepulcro? Sin embargo, Pedro tomó la iniciativa, corrió y se asomó para ver dentro del lugar y vio: sólo había sábanas y sudario. Extrañado, maravillado, admirado, algo había pasado allí que él creyó. (Juan 20.8-9)
Las mujeres no se equivocaron; nadie cambió el cuerpo de Jesús de lugar. Allí pasó otra cosa: Jesús volvió a la vida de una manera extraordinaria y las mujeres habían sido las últimas en verlo muerto y las primeras en saber las buenas nuevas de la resurrección. Eso divulgaron y creyeron. Así dejó de ser sólo cosa de mujeres.