por María Elena Mamarian
“Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1ª Pedro 4:10)
Hace pocos días celebramos la Navidad y la llegada de un año nuevo. Por primera vez, mis padres y mis suegros no pudieron salir de sus casas para la celebración habitual en familia. Mi papá ya tiene 90 años… y le pesan…
Días antes de terminar el año, fallece el papá de mis amigas en forma sorpresiva. Pocos días después del inicio del nuevo año, la noticia de la muerte de nuestro pastor Juan nos envuelve en una mezcla de luto y agradecimiento por vidas valiosas que cumplieron fielmente su etapa terrenal.
En el otro extremo de la vida, celebramos los nacimientos de bebés en familias cercanas, disfrutamos del crecimiento de mis tres nietas preciosas, festejamos junto a un matrimonio amigo que esperó por largo tiempo a sus hijos y que por fin pudieron ser papás adoptivos de tres hermanitos, acompañamos con alegría el casamiento de varios jóvenes y especialmente de Romy con Andrés, el menor de nuestros hijos, y tantos otros acontecimientos felices.
En otras etapas de la vida, matrimonios que no resuelven sus crisis y otros que, con trabajo y esmero, logran salir airosos de ellas…
Este abanico de experiencias, de diferentes tonalidades emocionales, de diferentes características, de diversas resoluciones, me recuerdan –una vez más- que debajo del sol cada cosa tiene su tiempo.
La vida de las personas es dinámica. La de las familias, también.
Momento a momento se suceden ciclos, etapas, experiencias, algunas gratas, algunas tristes, otras frustrantes y otras enriquecedoras. Todas nos alcanzan, en algún u otro momento de la vida personal y familiar.
Algunas de nuestras circunstancias –buenas o malas- son provocadas por nosotros mismos. Otras, llegan a nuestras familias sin quererlo o sin pensarlo. En otras ocasiones, simplemente son la expresión del dinamismo familiar normal.
Los cambios nos despiertan, nos movilizan, a veces nos asustan; otras, nos sorprenden; sacuden nuestra modorra o nuestra pasividad. Aunque sean positivos, nos ponen en alerta y generan inquietudes.
Los cambios –desconocidos o anticipados-, ¿serán buenos para nuestra familia? ¿Cómo responderemos a las demandas de este año? ¿Estaremos a la altura de resolver los conflictos que se presenten? ¿Se mantendrá unida la familia? ¿Qué aprenderemos?
Las preguntas son humanas. Son normales. Pero es bueno recordar que Dios gobierna también los tiempos de nuestra familia. Nos conoce en profundidad, y sabe de nuestras fortalezas y debilidades, de nuestras ilusiones y de nuestras angustias.
Dios tiene propósitos de bien y de paz, aun en medio de las dificultades y de las crisis familiares. El se complace en nuestros avances y nos sostiene cuando caemos.
El Señor tiene infinidad y variedad de recursos para ayudarnos y enriquecernos, porque su gracia es multifacética e inagotable. Sólo tenemos que decidirnos a administrar la que Él ya ha puesto a nuestra disposición.
Oración: «Señor, gracias porque nuestra familia está en tu propósito, y podemos decirte junto con el salmista: “Ms yo en ti confío. Digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis tiempos” (Salmo 35:14,15). Que nuestros amigos y amigas también puedan disponerse a administrar tu gracia multiforme, para bien de las familias. Amén.»