Cruzar el Jordán

CRUZAR EL JORDÁN

Estuve pensando en las propuestas que Dios nos suele hacer, cuando aun después de ver cómo somos, de ver nuestra inestabilidad y a veces por qué no…de ver nuestra falta de coraje, insiste en contarnos como protagonistas en algunos desafíos que a nuestros ojos parecen ilógicos, alocados,…protagonistas de proyectos que no guardan ninguna relación entre lo que yo veo que tengo y lo que se necesita para llevarlos adelante.

Esta reflexión surge leyendo Josué 3:14-16 “Cuando el pueblo levantó el campamento para cruzar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el Arca del Pacto marchaban al frente de todos. Ahora bien las aguas del Jordán se desbordan en el tiempo de la cosecha. A pesar de eso, tan pronto como los pies de los sacerdotes que portaban el Arca tocaron las aguas, estas dejaron de fluir y formaron un muro que se veía a la distancia”

La gente que iba con Josué hacia la conquista de la tierra prometida, no era la misma que durante 40 años le había complicado la vida a Moisés, según leemos en la Escritura aquella era una “generación perversa y sin nada de fe”. Este nuevo pueblo había aprendido seguramente a los golpes, la importancia de obedecer a la voz de Dios…pero a pesar de esto, la magnitud del desafío que Dios les había puesto por delante, seguramente no dejaba de parecerles algo imposible de lograr, y aun hoy, como decía al comienzo, habiendo recorrido un camino y sintiendo que venimos creciendo en nuestra fe…nosotros también, ante desafíos que nos superan… solemos sentirnos igual.

El Señor ya le había dicho a Josué que los sacerdotes debían tomar el Arca y cruzar el río y que el río se abriría a su paso para que todo el pueblo cruzara, pero, para que esto ocurriera los sacerdotes debían avanzar poniendo sus pies en el agua. La verdad es que nos gusta quedarnos con  la parte final de esta historia, cuando el pueblo ya cruzó del otro lado del río…todos queremos formar parte de los que celebran alegremente la intervención sobrenatural de Dios, todos anhelamos ser protagonistas de sucesos donde NADIE PUEDA DECIR QUE SIN DIOS, ESO HUBIERA PASADO IGUAL.

Pero saliendo del final de la historia, quisiera que nos paremos en ese preciso instante en el que el agua choca contra los tobillos de las personas. Ese tiempo, que es anterior a la intervención de Dios, suele ser el momento en el que estamos más propensos a claudicar, a abandonar…donde nos asaltan las dudas, la incertidumbre, incluso el temor…”Dios prometió que las aguas se abrirían… pero ya estoy con los pies en el agua y no pasa nada…mi mente me dice : si esto sigue así, vas a tener que echarte a nadar”…y aparecen las preguntas:¿Habremos interpretado bien lo que Dios nos quiso decir?…Seguramente Dios puede hacer esto, pero… lo querrá hacer con nosotros…conmigo?¿Si miro hacia atrás en mi vida, puedo encontrar situaciones parecidas que puedan aumentar mi fe?

La verdad es que no son muchos los que están dispuestos a mojarse los pies cuando lo esperado aun no llegó, cuando la definición se tarda no son muchos los que están dispuestos a jugarse por las “locuras” que el Señor les plantea.  Esta parte de la aventura de caminar con Dios parece ser la más incómoda para aquellos que decidimos seguirlo… pero este momento existe…no nos ayuda saltar al otro lado del río para vernos festejando sin entender que antes hay un camino por el que también vamos a pasar, la diferencia está en cómo respondemos a esa incomodidad.

Y nos podemos preguntar: ¿Cuál es hoy para mí o para nosotros, ese momento en el que estamos esperando que se abran las aguas? ¿Cuál es mi Jordán hoy? ¿Qué es lo que estoy esperando que Dios haga porque Él lo prometió? ¿Estoy dispuesto a poner mis pies en el agua sin ver nada? El matrimonio, la familia, son espacios especiales para experimentar esto, allí elegimos permanentemente “cruzar o no cruzar”, y aun decidiendo cruzar, muchas veces vivimos esa sensación de duda cuando el agua choca nuestros tobillos sin que nada haya cambiado.

Esta es, creo, la actitud de aquellos que saben en quién tienen puesta su confianza, adoptar esta actitud de fe nos obliga primero a aprender a escuchar y a identificar claramente si es Dios el que nos está desafiando, lo cual es un aprendizaje que nos lleva toda la vida, y segundo a darnos cuenta que esa dosis de coraje necesaria para avanzar en sus proyectos, no siempre la vamos a encontrar en nosotros…sino que viene de conocer a Aquel que tiene propósitos para nuestras vidas…Esto es para seguir creyendo que lo sobrenatural muchas veces llega cuando nos animamos a poner un pie en el río, cuando abandonamos nuestras limitaciones naturales para seguirlo a Él.

 Roberto Perazzo

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