por Alejandro Texeira
Proponemos un acercamiento a la temática adolescente desde un enfoque vivencial. El objetivo es caracterizar aspectos críticos que tienen lugar en la adolescencia, teniendo en cuenta los intereses que influyen en su conducta y los riesgos subyacentes a los que están expuestos, para ampliar nuestra comprensión de las posibilidades y oportunidades de intervención pastoral.
La cultura adolescente
Cuando hablamos de cultura adolescente nos estamos refiriendo a una matriz compartida de representaciones, concepciones, valores, normas, que da cuenta de un sistema de significaciones desde el cual se interpreta y actúa en la vida cotidiana. La adolescencia es un fenómeno sociocultural que toma características diferentes en cada cultura y en cada momento histórico. En Argentina hay 7.000.000 de habitantes en la banda etaria comprendida entre los 10 y los 19 años, es decir, alrededor del 20% del total de Argentina.1 Una buena parte de ellos reciben la influencia de, al menos, dos aspectos culturales:
- Una cultura juvenil occidental globalizada que, según revelan diversos estudios internacionales, se propaga principalmente mediante la música, Internet, el cine, el cable y la TV satelital y ejerce su influencia especialmente en las clases media y alta.
- Una cultura argentina que se transmite básicamente desde lo educativo, lo vivencial y lo socioafectivo, que bien podríamos caracterizar —aún considerando sus aspectos positivos— como una «cultura de la pobreza». Esta cultura se conceptualiza a partir de dimensiones que exceden ampliamente el plano material, ya que interactúan recíprocamente —aunque con diferentes grados de intensidad, en los distintos estratos socioeconómicos— la pobreza espiritual, socioeconómica, afectiva, intelectual y ética.
- La interacción de ambos factores culturales, sumados a las características individuales y sistémicas de cada sujeto y grupo adolescente, se refleja en el comportamiento de buena parte de los adolescentes argentinos, particularmente de clase media. Veamos algunas características e intereses.
Vivir al ritmo de la música
La música ocupa un lugar sumamente significativo en los grupos adolescentes. Puede decirse que gran parte de lo que hacen lo acompañan con música. Incluso el tiempo de estudio, tanto en casa como en el aula, no lo conciben como tal sin dicha compañía. La música tiene múltiples significados. Funciona como un elemento de identificación grupal, como lenguaje y como estimulante. Muchos adolescentes encuentran en la música algo así como un mecanismo de defensa que les permite vivir en un espacio propio, en el cual no hay margen para el sufrimiento y la incoherencia que perciben en el mundo real. Así, mediante la música constituyen un lugar de refugio, un mundo lejano al de los adultos, en donde se puede encontrar «cierto estado de alivio y placer». Un aspecto curioso es que la música ha tenido para ciertos grupos el poder de diluir barreras generacionales. No es raro ver padres escuchando música de adolescentes, y adolescentes escuchando bandas de música de la época de sus padres. A veces, ambas generaciones comparten un mismo evento musical. Sin embargo, mucha de la música que consume hoy un adolescente presenta al menos dos factores potencialmente conflictivos para el desarrollo de su identidad. Por un lado, el contenido manifiesto y/o latente de las letras, que no sólo carecen de una propuesta de vida sino que frecuentemente proponen abiertamente hábitos de conducta sumamente riesgosos. Esto, unido al estilo de vida que «venden» muchos músicos, conforma un cóctel sumamente peligroso para la identidad en formación.
Cuando una imagen vale más que mil palabras
La imagen es parte esencial de la experiencia vital de los adolescentes. Ellos son hijos de este fenómeno. Han sido estimulados desde pequeños con el lenguaje de la imagen, por lo cual este medio de expresión tiene para ellos un peso muy fuerte. Algo «existe» en la psicología adolescente en la medida que sea observable. Esta cultura quizá encuentre su expresión más acabada en la «realidad virtual», un mundo «casi real» —dado que permite al sujeto experimentar múltiples sensaciones perceptivas—, pero en un mundo de fantasía digital. Los múltiples avances tecnológicos nutren esta cultura y brindan a los adolescentes el acceso a un mundo multimedia —TV por cable, TV satelital, DVD, Internet y mensajería electrónica—, poniendo al alcance de su mano el tipo de contenido que deseen, sea educativo, deportivo, musical, artístico o sexual. Los adolescentes consumen mucho tiempo en este tipo de rubros, por lo cual quedan expuestos a un mundo digital que los hiperestimula y les vende un modo de ser adolescente. El aumento del consumo pornográfico ha crecido enormemente entre los adolescentes gracias a los canales codificados y a Internet. Estos multimedios se encargan de comercializar productos que transmiten todo un paradigma de vida, el cual propone ciertos modelos de identificación y un relativismo ético que el adolescente utiliza en la elaboración de su propia identidad.
La idealización del cuerpo adolescente
Uno de los aspectos que más se ha idealizado de los adolescentes es, precisamente, el cuerpo. Nuestro país es sumamente exigente en este punto. No todos los cuerpos adolescentes son idealizados sino aquellos que se asocian a la imagen exitosa que se vende en los medios. Muchos adolescentes sufren por no tener dicho cuerpo, pero no son los únicos, dado que muchos adultos luchan permanentemente por conservar y reciclar un cuerpo que los identifique con esta imagen juvenil de éxito y valoración social. Afirma Cecilia Barone:
A la vejez se le teme más que a la muerte misma. Madurar y envejecer no es valorable. Si el yo se siente fortalecido por la imagen que da su cuerpo resulta muy frustrante su decadencia: es como perder el sostén de la identidad, construida a partir de la mirada de los otros.2
La idealización de este cuerpo adolescente ha generado un nuevo producto a comprar —un cuerpo siempre juvenil—, que mueve cifras siderales entre adolescentes y adultos. Con esto se logra extender el gran mercado que ya de por sí conforman los adolescentes como grandes consumidores a la nueva franja de adultos adolescentes. Sin embargo, el mayor problema no es el económico sino el psicológico. Al desaparecer las distinciones claras entre el mundo adulto y el adolescente, el pasaje de una etapa a la otra se torna más difícil, por la falta de indicadores claros respecto a lo que realmente significa ser un adulto.
La cultura de lo instantáneo
Los adolescentes viven en el ámbito de lo inmediato. Todo debe ser rápido e instantáneo para que sea atractivo, estimulante y fácilmente captado por ellos. En general, no están acostumbrados a esperar ni a proyectar el futuro a mediano plazo. Viven en la era digital, que les permite comunicarse por correo electrónico con algún amigo ubicado en cualquier parte del mundo en tan sólo algunos segundos. El «chatear» les permite conectarse al instante con su grupo de pares y con desconocidos, y aún entablar «noviazgos virtuales» desde cualquier sitio del mundo. Están acostumbrados a vivir todo muy rápidamente. No están acostumbrados a la idea de proceso; para ellos todo debe ser rápido e instantáneo. Esto tiene múltiples aspectos positivos, si se los sabe utilizar, pero aquí sólo queremos mencionar los riesgos potenciales. En efecto, cuando se diluye la noción de proceso, se corre el riesgo de perder también aquellas cosas que sólo se pueden construir en función del tiempo. Esta idea de lo rápido y lo instantáneo se potencia aún más con la vivencia adolescente de que el único tiempo que existe es el presente. No se piensa ni en el pasado ni en el futuro. Se está atado a un presente efímero que circula a gran velocidad. Una buena parte del mundo adulto también se ha configurado bajo este paradigma:
La sociedad posmoderna está anclada en el presente, es resistente a proyectar el futuro y desmemoriada del pasado; de esta manera no puede tener como ideal otra imagen que la de la adolescencia. Es una sociedad adolescente que utiliza a los medios para reforzar este ideal.3
La fragilidad intelectual
Las evaluaciones finales que el Ministerio de Educación registra en el Nivel Medio y en los ingresos a diferentes universidades nacionales o privadas muestran que muchos adolescentes tienen dificultades cognitivas, especialmente en áreas fundamentales como lengua y matemática. Si bien esto responde a factores múltiples y complejos, creemos que la cultura en la que se mueven muchos adolescentes no los estimula adecuadamente para el desarrollo pleno de su potencial intelectual. Esta cultura materialista, superficial, utilitaria, hedonista y «facilista» no brinda espacios adecuados para la reflexión y el esfuerzo cognitivo, lo cual puede generar conflictos en el desarrollo intelectual. Los adolescentes de esta cultura tienen acceso a todo un mundo de información, algo impensado para generaciones anteriores, pero muchas veces no tienen los recursos intelectuales debidamente desarrollados para hacer un uso adecuado, comprensivo, creativo, racional y productivo de toda la información que tienen a su alcance. Basta repasar ciertos hábitos de estudio que se observan a diario en las escuelas: técnicas de estudio deficientes, escaso interés en la lectura, aprendizaje memorístico y falta de motivación para desarrollar hábitos de investigación y aprendizaje autónomo. A esto se suman la decepción generalizada respecto al valor socioeconómico otorgado al estudio y las dificultades de decisión vocacional-ocupacional. Un indicador claro se observa en la deserción universitaria: el 50% de los que ingresan a la facultad abandonan durante el primer año.4 Estos datos corresponden especialmente a la clase media escolarizada, ya que la clase alta suele ser, mayoritariamente, bilingüe, y recibe estímulo en un medio académico más exigente. En el otro extremo socioeconómico, muchos adolescentes de clase baja están sumamente condicionados por falta de alimentación y de estímulo sociocultural. Se estima que, solamente en la provincia de Buenos Aires, aproximadamente 47 mil alumnos del Polimodal abandonaron sus estudios en 2002, mientras que unos 400 mil no trabajan ni estudian.
Lo expuesto hasta aquí desafía a desarrollar una sensibilidad pastoral que reconozca los riesgos y virtudes de la cultura adolescente, pero sobre todo sus posibilidades abiertas a la misión. Pensamos en una pastoral que, en el marco de la misión integral, descubra oportunidades de servicio en medio de las particularidades propias de esta etapa del desarrollo de la persona. Una pastoral que pueda reconocer y animar las capacidades creativas y productivas de los adolescentes, desarrollando la iglesia como espacio de contención integral. ¡Que muchos adolescente encuentren en nosotros agentes dedicados a esta tarea!
Referencias
1 INDEC, Censo 2001.
2 Cecilia Barone, Los vínculos del adolescente en la cultura posmoderna, Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 2000, 2da. ed., p. 32.
3 Ibid., p. 33.
4 La Nación, Lunes 11 de febrero de 2002.
Alejandro Teixeira, argentino, licenciado en ciencias de la educación y profesor adjunto en el Programa de Asesoramiento Familiar de Eirene.