por Maria Elena Mamarian de Partamian
Familia e iglesia. Dos realidades muy cercanas a nuestro corazón. Tan cercanas, que Dios reunió a sus hijos en la «familia de la fe». Familia e iglesia. Pueden formarnos o deformarnos,
ayudarnos a crecer o impedir el sano desarrollo, causarnos gozo o sufrimiento. ¿De qué dependen estas alternativas? De la salud
—incluida en un concepto más amplio de «salvación»—
de cada una de ellas. Surgen entonces las preguntas: ¿Cómo es una familia saludable? ¿Cómo es la iglesia-familia de Dios saludable?
– En una familia saludable cada uno de sus miembros tiene el mismo valor y recibe la misma consideración, no importa la edad que tenga o el rol que ocupe. En la iglesia que sueño también. «Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente» (Ro 12:10).
– En una familia saludable se alienta y ayuda al crecimiento y la madurez de cada uno de sus miembros sin distinción, y ello no constituye una amenaza al vínculo. En la iglesia que sueño también. «Al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción, todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro» (Ef 4:15-16).
– En una familia saludable la unidad no pasa por falsas lealtades, ni porque todos piensen o actúen igual, sino simplemente por pertenecer y amarse. En la iglesia que sueño también. «Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto» (Col 3:14).
– En una familia saludable se puede hablar francamente sobre los conflictos y las diferencias (normales en todas las relaciones humanas), en un clima de mutua aceptación y de búsqueda conjunta de las soluciones mejores para todos. En la iglesia que sueño también. «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados…» (Stg 5:16).
– En una familia saludable no hay mentiras ni secretos que impidan la sana construcción de la identidad sino que las relaciones son transparentes y genuinas. En la iglesia que sueño también. «Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad» (Ef 4:25).
– En una familia saludable existe la posibilidad de equivocarse, pidiendo y dando perdón como forma de verdadera restauración. En la iglesia que sueño también. «… de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes» (Col 3:13).
– En una familia saludable también hay administración de una disciplina justa como expresión de amor. En la iglesia que sueño también. «Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado» (Gá 6:1).
– En una familia saludable los puentes de amor siempre están extendidos para recibir sin reproche al que se ha extraviado, pero vuelve arrepentido. En la iglesia que sueño también. «Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (Lc 15:20).
– En una familia saludable se protege al más débil y vulnerable, pudiendo cada uno de sus miembros ocupar este lugar alternativamente según sus circunstancias de vida. En la iglesia que sueño también. «Hermanos, también les rogamos que… estimulen a los desanimados, ayuden a los débiles y sean pacientes con todos» (1Ts 4:14).
– En una familia saludable hay flexibilidad para adaptarse y cambiar, cuando las circunstancias de la vida lo requieran. En la iglesia que sueño también. «He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias…» (Fil 4:12).
– En una familia saludable los límites y los roles son claros y flexibles, y la autoridad se ejerce sin abusar del poder, para permitir el sano crecimiento de los miembros. En la iglesia que sueño también. «A los ancianos que están entre ustedes… les ruego esto: cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo… con afán de servir, como Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño. Asimismo, jóvenes, sométanse a los ancianos. Revístanse todos de humildad en su trato mutuo…» (1P 5: 1, 2, 3, 5).
– En una familia saludable se comparten y se aceptan todos los sentimientos. En la iglesia que sueño también. «Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran» (Ro 12:15).
– En una familia saludable hay disposición para salir de las propias fronteras para ser solidarios con otros. En la iglesia que sueño también. «No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen…» (Heb 13:16).
¡Cómo se parece una familia saludable a la iglesia que sueño! ¿Será sólo un sueño o el sueño puede transformarse en realidad? La respuesta depende de cada uno de nosotros.
Maria Elena Mamarian de Partamian, argentina, psicóloga, docente de EIRENE y coordinadora del Centro Familiar Eirene.
Artículo tomado de la Revista Kairós (www.kairos.org.ar)